Parabellum (a.k.a.Veronica Guerra)
Los habituales del blog puede que que recordéis a una señora entrañable y nunca suficientemente homenajeada, la Hermana Herminia, fruto genial de la mente de Sergio Morán. Pues si quedasteis con ganas de más aquí os lo traigo en bandeja, dividido en geniales dosis de 9mm con sabor a tuti fruti. Antes de que lo digáis, ya se que no puede ser lo mismo, aunque aquí también hay monjas (y de armas tomar, aunque en un cara a cara apostaría por Herminia) y curas, dioses, centauros, valkirias, zombis, duendes, fantasmas, brujas, exorcismos, magia de todos los colores y, justo en el centro, la buena de Vero.
Aunque en el submundo mitológico se llame Parabellum y le cueste varios libros descubrirlo, ella siempre ha sido Verónica Guerra, la inigualable detective paranormal a la que llamas si tú novia se ha convertido en piedra al mirarte la serpiente o si los gnomos de jardín del vecino se cuelan a robarte por la noche. Vero vive a caballo entre dos mundos, la humanidad y la mitología, en ese punto de equilibrio inestable que nace de la mente de Sergio Morán, maestro en equilibrar la monotonía con la imaginación. Y allí, donde si miras con cuidado los bedeles del turno de noche de urgencias no se reflejan en los espejos del ascensor o a ese vecino que huele raro se le ha caído un dedo al suelo, ella se interpone entre nosotros y los mitos. Los protege a ellos, los cuida como nadie más podría y se deja la piel para hacerlo. La crónica de estas gestas heroicas no deja lugar a dudas: El dios asesinado en el servicio de caballeros, Los muertos no pagan IVA, Se vende alma (por no poder atender), y Dragón de guante blanco, son los nombres de los tomos donde me perdí en el viaje del héroe de Verónica.
Que contar de esa travesía, navegando ríos de tinta, a veces demasiado cercanos a la laguna estigia. Vero es... genialmente humana, de todo menos perfecta pero de alguna forma, todo lo que necesitas. si estas leyendo esto y esperas ver a un detective duro, sagaz, que nunca duda, nunca se emborracha y siempre se lleva a la chica, lo siento, media vuelta y buena suerte, Boggart y Colombo se han jubilado. Parabellum está hecha de otra pasta, una pasta más blanda, que sufre, duda, llora y grita, pero nunca se rinde cuando hace falta. No es una aventura bonita, verla sufrir, caer, arrastrarse y de alguna forma volver a levantarse para, hecha mierda, conseguir moverse lo justo para cerrar el caso. No voy a negarlo, habrá momentos en los que diréis:
¿Sergio, por qué?
Hace unos meses, allá por el Celsius 232, él mismo lo reconoció al presentar el cuarto volumen de la saga, Vero ha sufrido. Veréis que no la llamo Verónica, ni señorita Guerra, es Vero (a veces Parabellum), creo que me he ganado esa familiaridad después de acompañarla en tantas perrerías como ha sufrido. Leídos cuatro libros, se que hay más y espero hincarles el diente en breves, tengo una cierta idea de por qué esta vida tortuosa. Si naces con los padres que naces, y ves lo que ves, aprendes lo que aprendes, la vida de deja pocas salidas. Vero tenía su camino fijado antes siquiera de decidir empezar a andar, el destino son tres viejas con un ojo y un diente, joder, como para hacer algo bien. Crecer entre duendes y fantasmas, saber que el hombre del saco es real y tomarte tus primeras cañas con seres feericos forja una personalidad más que peculiar. Sergio sabe sacar partido a ese entorno mítico-realista, donde los vampiros trabajan en el turno de noche y la señora de la tienda de flores es una dríade y hacer que un personaje humano sea, si es posible, aun más humano. Si empezáis os lo aseguro, no podréis leer solo un capitulo, o dejarlo en un solo libro. Si, como yo, tenéis la costumbre de leer antes de dormir, vuestro ultimo pensamiento será para ella, para que encuentre una forma de esquivar esos demonios, tanto míticos como reales, que la persiguen. Por que Vero es así, totalmente humana, falible, sufrida, empeñada en sacrificarse por los suyos y por lo que es justo.
Vero es la persona a la que quieres que llegue ese merecido momento de descansar, tomarse una jarra de cerveza y contar sus históricas en la barra de un bar. Cuando lo haga estaré allí, espero que con alguno de vosotros, aunque sea un bar extraño en el que, por alguna razón, nos cobren de más por las cañas, los baños huelan a azufre, las bandejas vuelen de la barra a las mesas, o haya una señora vestida de monja echando un duelo de miradas a una gorgona.
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