Historias del bucle

 

Combinación perfecta de ciencia ficción retro-futurista con toques de un terror suave ante lo desconocido o lo que no se acaba de comprender. Todo ello regado con un gran abanico de emociones que muchas veces llegan a ser más intensas por el hecho de no expresarse con claridad y dejar al espectador que se sienta parte de la historia rellenando los huecos que faltan, las palabras que no se han dicho. Siempre he creído que la música de una película (o una serie en este caso) es una parte fundamental de toda historia que se quiera contar y el acompañamiento musical de Paul Leonard-Morgan y Philip Glass es un claro ejemplo de ello. Ese piano y ese violín son los culpables de todo, empiezan como un susurro y cuando te quieres dar cuenta... cuando te quieres dar cuenta es demasiado tarde para volver atrás.

Son un total de ocho capítulos bastante independientes entre  ellos y auto-conclusivos. Hay algo en ellos que me hace pensar en Love, death + robots pero no sabría definir con exactitud qué provoca esa sensación de déjà vu. ¿La ambientación? ¿El estilo? ¿La temática? No lo sé... Lo que sí puedo decir es que Historias del bucle han conseguido llenar mi tiempo y me mente, llevándome a un mundo fantástico y aterrador a partes iguales, en el que no sabría si quedarme a vivir o huir de allí para siempre. Es una serie de muchas preguntas y ninguna respuesta pero es que ni siquiera te importa que no te las den, es parte de su encanto. Se te presenta un mundo en el que te sientes más un invitado, un intruso casi, que el amo y señor del planeta. Se juega con unas reglas que tú desconoces y no entiendes y llegas ya a mitad de partido, ahora intenta seguir el ritmo. Y entorno a esta premisa giran un montón de historias increíbles y maravillosas a su manera. 

No dejéis de verla, sobre todo tú Miguel, te va a encantar.

 

Capítulo favorito: Transposición.

 

 Por Amanda Antonio Vigil.

¡Me quitaste muchas de las cosas que iba a resaltar de esta serie! Debo admitir que al principio se me hizo un poco lenta, algunos capítulos más que otros, pero poco a poco me fue atrayendo ese puntito melancólico y hasta cierto punto triste del ambiente y los personajes, que tan bien envueltos están en la música de Philip Glass. Viven en un mundo que les juega grandes trastadas, y las viven con resignación, estoicamente. La gente desaparece, aparece en un mundo paralelo, o quizá reaparece años después, y los demás lo asumen o lo aceptan como un hecho normal, nadie enloquece. Eso choca a veces, pero poco a poco te haces a ello. ¿Qué son esas instalaciones? ¿Qué hacen ahí? ¿A qué se dedican en ese pueblo o en esos túneles subterráneos? ¿De dónde salen los objetos con funciones inquietantes que hay desperdigados por todos lados? ¿Los crearon ellos o simplemente los estudian? ¿Qué observa ese robot en medio del bosque? Son preguntas que quedan colgando capítulo tras capítulo, sin respuesta, a disposición de tu imaginación, forman parte del ambiente que, por otro lado de alguna forma parece estar centrado en los años 60-70 de la américa rural, pero por otro, por la tecnología quizá, parece una época futura, ¡Lo que viene siendo un ambiente distópico en toda regla!

Los capítulos son casi independientes pero a su vez van resolviendo cosas entre ellos, van aportando información (a algunos espectadores más que a otros). A mi el capítulo que más me gustó fue el último, Hogar, es quizá uno de los más tristes, y en el que se cierra de una vez por todas una de las incógnitas que se arrastra desde el capítulo de Transposición, en el que el niño protagonista, y yo, descubrimos que había ocurrido, qué había sido de su hermano. 

El segundo capítulo que más me gustó, y donde la serie empezó a atraparme, es el de La Esfera del Eco. Es uno de los que más me dio que pensar, ya veréis por qué lo digo si veis la serie. 

A mi esta mini-serie me recordó un poco, sólo a veces y muy vagamente, a Stranger Things. Quizá por el pueblo al lado de una instalaciones secretas, los protagonistas niños, los sucesos muy anormales, el ambiente oscuro, el padre manco a veces me recordaba al policía... No me hagáis mucho caso, ¡ved la serie y juzgad vosotros mismos!

 

 

Por Mario Ruiz Fernández

 

En muchas ocasiones, el cine y la literatura de ciencia-ficción pueden resultar fríos y distantes para el no iniciado. Esto suele ocurrir cuando en la trama tiene más peso la descripción científica del mundo y sus reglas que el desarrollo de los personajes que pueblan ese mundo. En Historias del bucle, una interesante serie que nos trae Amazon Prime Video, ocurre exactamente lo contrario. Como sugieren mis compañeros, no hay respuestas a muchas de las preguntas que surgen a medida que avanzan los capítulos porque la ciencia-ficción es solo una excusa, un macguffin por decirlo así, que permite poner a los protagonistas ante dilemas existenciales relacionados con el paso del tiempo, los lazos familiares, la vida y la muerte con los que cualquiera de nosotros podemos identificarnos. Además de la gran b.s.o. y esa atmósfera deliciosamente melancólica, es sorprendente el fantástico diseño de los efectos visuales, que hace que las máquinas y los robots parezcan de auténtico metal y se potencie la inmersión. Hay que señalar también que la estética y las tramas están basadas fielmente en el libro de ilustraciones ultrarealistas y distópicas Tales from the Loop, del artista sueco Simon Stahlenhag.

¿Mis capítulos favoritos? Coincido con Mario en Hogar, que cierra la serie de manera redonda, pero también me ha gustado Éxtasis, que fantasea con la idea de lo que harías si pudieras parar el tiempo para todos excepto para ti. En resumen, Historias del bucle es una serie diferente, con un ritmo pausado y una ambientación muy cuidada, que se ve con agrado a la vez que es capaz de golpearnos emocionalmente casi en cada capítulo. Ciencia-ficción humanista.

Por Ace