Superstar


Allá por el año 2000, sin que nadie supiese muy bien cómo o porqué, nació la televisión de los frikis. No me refiero a esos personajes entrañables de bolsa de dados y orejas de elfo, que saben hablar en klingon y van a convenciones, estos otros frikis son los personajes más extraños y surrealistas que puedan existir. Hijos de una televisión que encumbró las rarezas mas gratuitas, premiando, alabando y ridiculizándolos, hasta convertirlos en estrellas a su pesar. 

Reconozco que por aquel entonces mi yo joven no prestó atención a ese fenómeno. Lógicamente todos esos nombres me eran familiares, era casi imposible vivir de otra forma. Paco Porras, el Padre Apeles, Carmele, Leonardo Dantés, el Cuñado y el Risitas, la pitonisa Lola... Hubo una tremenda colección de personajes, más o menos apartados de la realidad o de la persona que realmente pudiera existir más allá de los focos. La mayor parte de estos personajes transitó los platós de la televisión, donde se rieron sus gracias y se rieron de sus rarezas sin piedad alguna. Y ellos se dejaron hacer, todo sea por un minuto más de gloria o un buen jornal o, quién sabe, la posibilidad de convertirse en una estrella. Aquí es donde entra, entre otros, María del Mar Cuena Seisdedos , también conocida como Tamara, Ámbar y Yurena. 

Claro está que contar este tipo de historias, desde el más descarnado realismo, podría acabar en un caos extraño y poco interesante para el espectador. Por suerte Nacho Vigalondo buscó y encontró una receta perfecta para este tipo de ingredientes: surrealismo, realismo mágico y esperpento se dan la mano e incluso hacen cochinadas durante seis capítulos. No es toda la verdad, ni es mentira del todo, pero es la mejor forma de relatar unos hechos que superaron con creces la lógica y la sensatez. 


Porque, díganme ustedes mis queridos lectores. ¿Qué puede haber más esperpéntico que ver a Paco Porras, Leonardo Dantés y el Arlequín, borrachos como cubas en el Callejón del Gato, explicándole a dos guiris que la realidad de España sólo se entiende vista en un espejo retorcido cóncavo-convexo? Este homenaje a Valle Inclán y a su gran Máximo Estrella, encarnado de golpe en esta mala constelación de personajes esperpénticos, es para mi el espíritu de la serie. En ningún momento ha intentado mostrarnos la realidad, sino el espíritu de la misma. Así que los hechos pueden no estar en el orden correcto, pero si en el que deben ser contados. 

Y tras está larguísima introducción, al lío. ¿De qué va todo esto? 

Pues a mí modo de ver es una forma de humanizar a todos esos personajes, los frikis, que sucumbieron a una moda pasajera que los convirtió en reflejos retorcidos de si mismos. Independientemente de que fuesen buenos o malos, que entrasen en ese mundillos por propia voluntad o que fuesen engañados, al final la cámara tenía una lente trucada y un guionista maquiavélico. Obligados a pasar por ese filtro reconstructor, entraba una persona y salía un personaje al que usar sin piedad, y ellos lo aceptaban como forma de alcanzar sus dosis de fama. Yonquis de la cámara, de la prensa amarilla, del foco y de cierto nivel de escarnio moral sadomasoquista. Deseosos de una luz que no brillaba para ellos sino a su costa, se volvieron cada vez más dependientes de su dosis de risas enlatadas y gritos soeces hasta quedar rotos. 

O eso es lo que me ha parecido entender. 

Y es que estos personajes, deformados por su propio esperpento, se vuelven humanos de nuevo gracias a la cámara y el guión surrealistas ideados por Vigalondo. Fueron víctimas de si mismos y de la televisión que los encumbró. Sus propios deseos de grandeza les llevaron a mentir e inventar, a calumniar y gritarse los unos a los otros. Amistades y relaciones improvisadas sobre la marcha tuvieron a ciertos share de la audiencia española colgando de la pantalla, esperando a la nueva sorpresa de cualquiera de ellos. Y no ha sido hasta hoy que alguien les ha devuelto su condición humana para que podamos juzgarlos no como personajes, sino como iguales a nosotros, con un ángel en un hombro y un demonio en el otro.

Por Miguel Herrera Durán


Nacho Vigalondo consigue de una manera proverbial que el realismo mágico y la desgracia se den la mano para contar una historia interesante y divertida, aliñada con pequeños toques de tristeza con brilli brilli. Yo también viví durante el ascenso y la caída en desgracia de todos estos personajes, sin embargo, debido a mi carácter digamos, poco costumbrista, nunca presté demasiada atención a la televisión en general y a la prensa rosa en particular. Sin embargo Vigalondo ha conseguido que escuche con interés y curiosidad genuina la vida y obra de estas personas, es verdad que sin llegar al punto de investigar sobre ellas pero sí generándome preguntas que prefiero que queden sin responder o que, como mucho, prefiero que queden con la respuesta dada por el director de esta pequeña obra de arte.


La forma en la que se relatan las historias, siempre con un punto onírico de LSD combinado con purpurina y lentejuelas me parece simplemente genial. Sólo por citar algún ejemplo os diré que Sofía González, la niña que da vida a Tamara en el primer capítulo de la serie, me parece que hace una trabajo brutal y me encanta cómo se ha representado eso que estoy segura de que todos hemos oído más de una vez de boca de nuestros padres: para ellos siempre seremos unos niños. Pero el caso de Sofía no es el único, la caracterización de Ingrid García-Jonsson (Tamara), Carlos Areces (Paco Porras), Secun de la Rosa (Leonardo Dantés) y Pepón Nieto (Tony Genil) es simplemente brutal y si no me creéis lo mejor sería que lo vierais por vosotros mismos y disfrutarais de todo el arte de esta buena gente que pintó de zebra y leopardo un cachito de la historia de España.

Por Amanda Antonio Vigil

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