Irrealidad

 


Hace tiempo que la irrealidad no me abandona. Siento que soy una mera espectadora, no demasiado interesada, de mi propia vida.

-Busca un objetivo -dice la gente-, un propósito.

Un glorioso propósito, resuena en mi cabeza.

Sí, tienen razón, lo sé, sé que la tienen. Los propósitos son lo que te hace seguir caminando hacia delante, no quedarte sentado en el barro. Por los propósitos luchas, te revuelcas, sufres, peleas, das un paso más, uno más, cada vez más cerca de esa cosa aparentemente inalcanzable.

Sin ellos... Sin ellos te quedas sentada en el barro llueva, nieve o granice. ¿Qué más da? ¿Acaso tiene sentido moverse? ¿No es más fácil permanecer inamovible en tu puesto cual estatua egipcia? Sí, yo creo que sí. 

Pero no consiste en eso, ¿no? En buscar la opción más fácil e ir tras ella.  No, por supuesto que no. Al fin y al cabo, ¿quién dijo que la vida fuera fácil? Si alguien te lo dijo, desengáñate, te mintió. La vida es una carrera de fondo llena de obstáculos puestos ahí por algún hijo de puta malicioso que pensó que así sería más divertido. Y tú corres, corres en estilo libre intentando sortear la mayor cantidad de ellos o tirándote de cabeza a los problemas, según tu corriente filosófica. Pero, ¿para qué? Ese es el problema, cuando chocas de frente con esa gran pregunta y no encuentras respuesta. Es entonces cuando te dejas devorar por ese montón de arañas con tentáculos que estaban al fondo del barranco de cocodrilos.

Sin embargo, lo que sí que existe es la respuesta sencilla para la pregunta sencilla, esas pequeñas cosas que te hacen la vida ligeramente más llevadera aportando una falsa, pero agradable sensación de control sobre tu vida. Esas preguntas que casi se pueden responder con un sí o un no sin apenas pensar.

¿A dónde te apetece ir hoy, al mar o a la montaña?

¿Qué quieres para cenar, pizza o kebab?

¿Vamos al cine o vemos una peli en casa?

Y así poco a poco vas gastando un día detrás de otro de ese talonario que te dieron al nacer, sólo que se olvidaron de decirte cuánto crédito tienes y no sabes a quién preguntar. ¿Y qué haces? Pues nada, apagar esa pequeña voz que tienes al fondo de tu cabeza diciéndote que deberías de hacer algo, que la respuesta de la felicidad está ahí fuera.

¿Dónde?

Ahí fuera, te responde obstinada esa estúpida voz que sólo sabe quejarse, pero no proponer soluciones. Es entonces cuando decides ahogarla bajo el peso de aquello que sabes que te proporciona cierta paz emocional. ¿Ir de compras? ¿Ver una película? ¿Leer un rato? ¿Un videojuego? ¿Tal vez escribir? ¿Mirar a las plantas? ¿A lo mejor si reorganizas toda la casa se solucionan todos tus problemas mágicamente? 

Sí, puede ser, voy a probar no vaya a ser que esa sea la respuesta y yo esté aquí sin saberlo.

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