Devoradora de almas

Eran muchos y muy variados los defectos que albergaba en su interior o eso, al menos, era lo que ella opinaba. La mayoría de ellos había tenido tiempo de sobra para verlos, analizarlos y aceptarlos si era necesario. Sin embargo había una cosa que le inquietaba desde hacía relativamente poco tiempo: su gran afición por devorar almas humanas.

La primera vez que le pasó, no le dio importancia. La segunda vez, pensó que era una simple coincidencia. Pero la tercera... La tercera no puedo evitar plantearse si había cierto patrón en su conducta.

Sospechaba que algo en su interior no funcionaba correctamente y que, donde otras personas solían ver gente con las que relacionarse de manera superficial durante un breve periodo de tiempo, ella veía fantásticos libros en el que perderse hasta acabar averiguando absolutamente todo.

Su intención nunca era mala, pero le habían hecho saber que su curiosidad felina era una cosa que se podía malinterpretar fácilmente. No es que las malinterpretaciones le preocuparan demasiado, podía vivir con ellas, sin embargo... 

Sin embargo, tenía la sensación de que, al final, siempre dejaba hueca a la persona que tenía enfrente devorando su alma a pequeños sorbos para que acabara temblando en la oscuridad mientras una sensación de vacío y desnudez nada agradable invadía todo su cuerpo.

-Creo que eso me hace mala persona...

-No lo veas así. Si nos doliera no estaríamos ahí. Si lo estamos es porque nos sentimos bien a tu lado. 

No puedes evitar reírte y pensar que cuando se dan cuenta, si se dan cuenta, es demasiado tarde. El patrón es siempre el mismo reflexionas:

Poco a poco, sin saber muy bien por qué, os acabáis relajando en mi presencia y bajando la guardia. Llegado el día, y siempre llega, me hacéis una gran revelación, contándome esa cosa terrible que atormenta vuestro pobre corazón, esa cosa que no os atrevéis ni a decir en voz alta en la soledad de vuestra habitación. Y allí estáis, sin saber cómo ni por qué, contándomelo mientras escucho con atención caníbal cada una de vuestras palabras. Al día siguiente os despertáis con el amargor de la resaca verbal pegada a vuestras gargantas y sentís como un vértigo abrasador asciende desde la base la columna hasta la nuca.

Puedo ver vuestro miedo, sentir vuestra vergüenza, las dudas. ¿Habríais hecho bien? ¿Sería la mayor cagada de vuestras vidas? ¿Qué iba a hacer yo ahora con esa información? ¿Qué pensaría? ¿Qué voy a hacer con vosotros?

Pero llega el día siguiente... Y el siguiente... Y el siguiente... Y no pasa nada. Desconcertados veis cómo sigo ahí, mirándoos, hablándoos con normalidad. No he huido al saber esa cosa que tanto miedo os daba. ¿Cómo puede ser posible? Coqueteáis con la posibilidad de que me haya olvidado, de que todo haya sido una pesadilla, pero me miráis a los ojos y no podéis engañaros por más tiempo.

"Esos ojos negros no han olvidado nada en su puta vida.", pensáis. 

Y estáis en lo cierto.

Durante un instante, un escalofrío recorre vuestra espalda y no podéis evitar sentiros como una presa que ha caído en alguna especie de trampa que no ha sabido ver.

Pero me veis delante, sonriendo de verdad, no con una sonrisa llena de dientes hambrientos sino con una de esas sonrisas que sale del fondo del estómago, oís cómo me río pese a esa cosa terrible que me habéis contado y os vais relajando.

Quizá no pasa nada.

Quizá estáis a salvo.

Y otro día, mucho más adelante, puede que pregunte algo, puede que me hagáis otra confesión bajo vuestra cuenta y riesgo, puede que digáis un comentario fortuito sobre cualquier cosa sin importancia, puede que me encuentre en el lugar y momento menos oportunos... Y entonces, tendré otro cachito de vuestra exquisita alma.

O tal vez no. ¿Quién sabe? Sólo hay una manera de averiguarlo, ¿no? 

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