El Avatar de Netflix no monta en pingüino
Animación, guión, creación de mundo, creación de personajes. Las cuatro disciplinas vivían en perfecto equilibrio en la serie animada de Avatar, The Last Airbender cuando Hollywood atacó. Con los poderes del CGI mal hecho, primerísimos primeros planos y un entendimiento nulo del material original fueron capaces de destrozar la imagen de la franquicia durante años. Pero cuenta la leyenda que Netflix vendría con su apuesta por adaptaciones de otras series de animación y, gracias a un elenco fiel a la serie original devolvería el equilibrio y su antigua gloria.
Ese momento ha llegado y... Bueeeeno, digamos que al menos es bastante mejor que la versión cinematográfica de M. Night Shymalan. La elección del elenco es excepcional en general y los efectos especiales del manejo de los distintos elementos es infinitamente mejor. Sin embargo, muy a pesar del esfuerzo de algunos de los actores, Netflix ofrece una versión muy aguada y unidimensional de los que son unos personajes excepcionalmente bien escritos en la versión original, haciendo que se tambaleen los momentos dramáticos de la historia que intenta replicar. Además, teniendo en cuenta que mucho es CGI, lo que se obtiene, en muchas ocasiones es una versión más detallada y cara pero inferior de las escenas de acción, pues, tal como representa el estilo expresionista, más detalle no implica una mayor calidad necesariamente.
Esto me ha hecho reflexionar en la gran cantidad de adaptaciones que aparecen de animes o películas clásicas de Disney y de cómo terminan siendo siempre un sucedaneo de lo que ya es una obra de buena calidad. Y no, no me refiero a desastres como Dragon Ball Evolution o la serie de Death Note de Netflix, sino de adaptaciones que cumplen su papel de parecerse lo suficiente para no odiarlo pero fallando en calcar precisamente los detalles que lo hicieron especial. Podemos ver ejemplos como Cowboy Bebop que omite no sólo el tono melancólico de sus personajes para centrarse en la apariencia y las escenas de artes marciales o, tal como comentaba, Avatar, que decide dejar a un lado los aspectos infantiles de los personajes y la historia para centrarse en las partes serias, fallando en mostrar precisamente uno de los lados más importantes de la trama y que es un punto clave a la hora de entender el tema de la serie.
Y el porqué está clarísimo, el dinero. Por supuesto que todos los fans de Avatar (entre los que me incluyo) van a ver la serie de Netflix. No voy a ser un hipócrita y decir que no me emocioné cuando anunciaron que Netflix estaba trabajando en ello, aunque he aprendido a redirigir esa emoción a pensar que esta adaptación puede hacer que personas reticentes a ver una serie animada con un tono algo infantil puedan interesarse por una historia tan buena y compartir con ellos mis pensamientos y emociones.
Porque claro, he aquí el otro punto del que quería hablar. ¿Acaso la animación es un arte menor? ¿En una época donde los créditos de los artistas digitales son diez veces más largos que el resto del equipo de la mayoría de blockbusters todavía somos reticentes a reconocer el valor que puede tener la animación? Porque eso es lo que parece. El pensamiento de "los dibujos son para niños" y "un adulto no puede disfrutar de algo para todos los públicos" aún prevalece en un mundo en el que la cultura pop invade nuestra vida diaria (y no hablemos de si además hay trazas de fantasía).
La animación es un arte con un lenguaje propio y que puede hacer muchísimas cosas que no pueden hacerse en un set sin un equipo multimillonario de efectos especiales detrás que muchas veces no pueden hacer más que imitar ciertos estilos teniendo que anclarse en las reglas de la realidad y siempre con el peligro de caer el en el valle inquietante. Es por eso que me parece muy injusto cómo las obras animadas queden en un segundo plano como esperando a que alguien de Hollywood esté dispuesto a poner el dinero para producir una serie live action.
Estas adaptaciones acaban intentando tomar un tono más serio y maduro (que suele implicar algo de violencia explícita, cuatro tacos y quizás alguna escena subida de tono) con la esperanza de atraer más al público reticente de la animación, mostrando un resultado desaturado, insípido y estéril que terminan contando la misma historia, pero perdiendo la esencia por el camino.
Siento el sabor de boca amargo que está quedando en el post, pero es la sensación y las reflexiones que me han dejado la serie. Lo gracioso es que Netflix te recomienda la serie original cuando terminas la adaptación y me ha servido para convencer a mi novia de verla y ella misma se ha dado cuenta de la amplia diferencia de ambas con sólo el primer capítulo.
¿Mi recomendación? La serie de Netflix no es mala, hace muchas cosas bien. Es disfrutable pese a que falle en entender la esencia de la historia. Esta versión dura en total 7 horas y 10 minutos frente a las 7 horas y 40 minutos que dura la versión original así que, en mi opinión, por un poco más de tiempo podéis disfrutar de una historia y personajes mucho mejor contados con una animación que ha envejecido excelentemente y además cuenta ya con las dos temporadas siguientes y una secuela. No veo ninguna razón, quitando los prejuicios hacia la animación, para preferir la versión de Netflix a la de Nickelodeon, pero tampoco creo que la de Netflix merezca ser odiada. Sólo espero que en las ya confirmadas siguientes temporadas no la caguen con Toph tanto como la han cagado con el personaje de Katara. Y sí, Netflix, es una amenaza.
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