El abismo del olvido

 

En esta ocasión voy a comentar una novela gráfica, o lo que es lo mismo, una novela tratada en formato cómic. Está ilustrada por quién, a día de hoy, es el dibujante español más importante en el panorama internacional, Paco Roca, en colaboración con el también guionista Rodrigo Terrasa. Son años de investigación plasmados de forma magistral como sólo Paco Roca es capaz de hacer. En ella se trata un tema que debería ser de obligada lectura en todos los colegios, la etapa más triste de nuestra reciente historia, la guerra civil española, la posguerra y la dictadura franquista.

Epilogo de Rodrigo Terrasa:

El día que conocí a Josefa Celda ella tenía 81 años y un mechón de pelo blanco envuelto en un trozo de papel de seda envejecido al que se abraza como sí fuera un tesoro. Pepica -que así la llama todo el mundo- había salido en los telediarios por ser la última persona en toda España que había conseguido una de las subvenciones económicas que otorgaba el Ministerio de la Presidencia para financiar las exhumaciones de las víctimas de la guerra civil, de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica que había aprobado el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2007. A ella se la concedieron a contrarreloj en noviembre de 2011, con el ejecutivo ya en funciones porque sólo unos días después se celebrarían elecciones generales en todo él país. Cuatro meses más tarde el nuevo presidente del gobierno, el "Popular" Mariano Rajoy, cortó las ayudas tal y como había prometido en campaña electoral: "Ni un euro público más para las cosas de la guerra", había anunciado.

En marzo de 2013 entrevisté a Pepica en su casa por primera vez. Acababan de identificar el cadáver de su padre. El reportaje, publicado en el diario El mundo, empezaba así:

"Celda era un hombre alto. Tan alto que el día que lo fusilaron las balas le atravesaron el pecho y no la cabeza como a sus compañeros de paredón. Celda media 1.82 cuando España era más canija qué nunca, tenía él pelo grueso como hilos de alpargata y los ojos verdes como su hija pequeña. El día que lo mataron tenía 45 años y la guerra ya había acabado".

José Celda Beneyto, el padre de Pepica, agricultor, afiliado a Izquierda Republicana, y lo detuvieron cuando volvía de segar arroz en un pueblo de Valencia acusado de varios asesinatos cometidos en la localidad de Masamagrell, a unos cien kilómetros de distancia de su casa. Lo juzgaron en minutos, lo condenaron a pena de muerte, pasó once meses en prisión y fue fusilado en El Terrer, un campo de tiro próximo a la tapia trasera del cementerio de Paterna en Valencia, el 14 de septiembre de 1940, 532 días después del final de la guerra civil española.

Cuando lo indultaron llevaba tres meses muerto. Su cadáver, junto a los de sus compañeros de muro, quedó atrapado en una fosa común durante 72 años largos Hasta que su hija se empeño en sacarlo de allí. Contra todo y contra todos.

"Fue un milagro", contaba Pepica aquella tarde de 2013, después de un largo periplo, atrapada en un laberinto burocrático y entre los prejuicios de un país acomplejado por su memoria. Asomada al abismo del olvido.

Pepica Celda es alta y tiene los ojos verdes como su padre. Tenía 8 años cuándo detuvieron a su madre por coser ropa para los soldados del frente y cuando mataron a su padre, contaba ella, "solo por defender la democracia" su memoria es histórica. Los juicios de entonces no eran juicios legales recordaba-. A mí padre lo detuvieron y estuvo once meses con la pena de muerte. Tenía el pelo negro y en ocho días se le volvió blanco.

Y entonces abría aquel papel de seda arrugado y enseñaba el último mechón de José Celda.

El día que lo mataron, su hermana se subió a un árbol para ver cómo lo ejecutaban. "Si la pillan, la fusilan a ella también" -decía Pepica-. Había una zanja muy honda con una escalera a cada lado, arriba del paredón había piedras donde ponían a los hombres, caían detrás, allí le daban el tiro de gracia y con las camionetas los cargaban como sí fueran corderos, unos encima de otros, para tirarlos a las fosas. 

Desde aquel día, Pepica escuchó una y otra vez la misma historia, así que sabía exactamente donde estaban los restos de su padre. Desde entonces, no descansó hasta recuperarlos. Conocía el punto justo donde había sido ejecutado, donde estaba enterrado José Celda, incluso la ubicación precisa dentro de la fosa.

Su tía Pura había esperado aquella tarde hasta que lo mataron. Luego busco al enterrador del cementerio de Paterna, cuentan que le dio cinco duros y le pidió que enterrara a su hermano lo más arriba posible, como si pudiera imaginar entonces que su ubicación seria fundamental algún día. El sepulturero le dejó además cortarle un mechón de pelo de Celda, ese mechón qué ahora abraza Pepica. Después arregló él cadáver y lo introdujo en un ataúd. Detrás de su cabeza escondió una pequeña botella de farmacia y, un papel donde estaba escrito su nombre y la fecha de su muerte: " José Celda Beneyto, 14 de septiembre de 1940. Masamagrell" . Otros once cadáveres recuperados setenta años después junto al de Celda también tenía su botella.

"Haber descubierto los frascos con sus nombres es uno de los puntos más importantes de este caso" , contaba entonces Manuel Polo-Cerda, médico especialista en antropología forense y miembro del equipo que contrató Pepica para llevar a cabo las exhumaciones en Paterna. "Aquello ponía de relieve el mandato de doce viudas introdujeron en cada una de las botellas, un mandato destinado a las generaciones futuras. Dentro de su dolor había sitio para una esperanza.

El examen de los cadáveres y los análisis de ADN confirmaron la identidad de cuatro de los doce cuerpos que compartían espacio en lo mas alto de la fosa común. Pepica tenía razón. Eran Ramón Gandia Belda, Francisco Fenollosa Soriano y José Celda Beneyto. También Manuel Gimeno Ballester, cuyo cuerpo nadie ha reclamando hasta ahora.

Pepica enterró los restos de su padre junto a los de su madre, Manuela, en el cementerio de Maslfasar y unas semanas después los otros ocho cuerpos que entonces no pudieron ser identificados se volvieron a introducir en la fosa de Paterna.

La historia de Pepica Celda se zanjó como una más de entre las miles de historias de víctimas de la guerra civil española y la posterior represión franquista perdidas y repartidas en fosas comunes por todo el país, pero si relato contenía elementos que lo hacían único. La suya era la batalla de una mujer de mas de 80 años contra todo el entramado administrativo de un estado instalado en la amnesia democrática. Y su testimonio no solo dejaba detalles especialmente conmovedores, sino también personales fascinantes.

Durante años estuve impactado por el testimonio de Pepica, pero también obsesionado con la figura de aquel enterrador que asomaba como un personaje secundario de su narración. Quién sería aquél hombre que había ayudado a la hermana de José Celda a lavar su cadáver a escondidas, que le había cortado un mechón de pelo para que la familia conservara un recuerdo y qué se había jugado el pellejo colocando con mimo los cuerpos de los fusilados e identificando a cada una de las víctimas con una botella como esa que lanzan los náufragos al mar esperando que alguien las lea algún día.

En 2013 solo sabia que el enterrador se llamaba Leoncio Badía Navarro, que era republicano y acabada la guerra había sido condenado a trabajar en el cementerio enterrando a" los suyos ". Así los llamaban. En la hemeroteca solo había encontrado un reportaje publicado meses atrás por la revista " Interviú" bajo el título " la lista de Leoncio ", que incluía una vieja fotografía suya en color sepia y añadía algún detalle más a una biografía apasionante.

No recuerdo la primera vez que le hablé a Paco Roca de esta historia, pero si que muy pronto tuve claro que quedaba mucho por contar bajo aquella fosa, la número 126, una de las más numerosas del cementerio de Paterna.

He estado rebuscando estos días en nuestras conversaciones de WhatsApp y veo que a finales de 2017 le mandé a Paco mi entrevista con Pepi a publicada en el Mundo. No me hizo demasiado caso. Por aquel entonces los dos planeábamos escribir una adaptación televisiva de su cómic "El invierno del dibujante". 

"Algo tenemos que hacer juntos", me escribió Paco en febrero de 2018. 

"La historia del enterrador republicano", volví a probar suerte yo. 

"Le damos vueltas, pero aún tengo varios proyectos por delante", me dio largas él.

Durante meses intenté convencer a Paco Roca de que aquélla historia tenia todos los ingredientes de un cómic de Paco Roca. Era un relato real, había ocurrido en Valencia, apenas se había contado y volvía  tratar sobre la memoria, una obsesión recurrente en su obra. Además, los protagonistas son viejos, como en "Arrugas" , intenté a la desesperada.

Paco que no le dice que no a nadie, me dijo qué no a mí y se embarcó en su nuevo álbum, "El tesoro del cisne negro". Yo sin embargo seguía bombardeando su teléfono y aburriéndole en cada almuerzo con todas las noticias que aparecían en los medios sobre las fosas comunes en toda España o el avance de las exhumaciones en Paterna.

En diciembre de 2018, le mandé otro vez por WhatsApp un enlace de la cadena Ser. El programa "A vivir que son dos días" había estrenado una serie de reportajes sonoros elaborados por los periodistas Javier del Pino, Conchi Cejudo y Gervasio Sánchez llamada Vidas enterradas, que rescataba a centenares de personas represaliadas y asesinadas durante la guerra civil y durante la dictadura franquista. Uno de los capítulos estaba dedicado a la historia de Leoncio Badia Navarro.

"¿Se nos han adelantado?", me preguntó Paco, no sé si preocupado o aliviado. 

"Sí, aunque igual nos viene bien", repliqué yo, obsesionado en que nada tumbara mí empeño en sacar esto adelante.

El 14 de marzo de 2019 un equipo de investigación halló en una fosa común de Córdoba los que parecían ser los restos de la periodista francesa Renee Lafont, la primera mujer reportera muerta en un conflicto bélico en el mundo. Lafontf fue fusilada durante la guerra civil española. Le mandé la noticia a Paco para que viera que las fosas comunes en nuestro país eran una mina inagotable de historias y ésa misma mañana me contestó.

"Tenemos que hacerlo."

Teníamos un compromiso por WhatsApp, pero nada más. Paco estaba ya inmerso en su nuevo cómic, "Regreso al Edén", ambientado también en la postguerra española, y yo me había lanzado a escribir mi primer libro:  "La ciudad de la euforia", una crónica periodística sobre los años de corrupción en Valencia. Además, seguíamos dándole vueltas a la adaptación de "El invierno del dibujante". Por si esto fuera poco, había estallado una pandemia en todo el planeta y DC Comics presionaba por su lado a Paco para que hiciera su propia interpretación del personaje de Batman. Con una epidemia mundial me veía capaz de competir, pero con Bruce Wayne...

Pasaron más de dos años hasta que realmente nos lanzamos a poner en marcha este proyecto. Casi cuatro años desde mi primer mensaje por WhatsApp y ocho desde aquella primera entrevista con Pepica. Lo primero que hicimos fue localizar a Maruja Badia, la hija de Leoncio, para calibrar cuánto había de cierto en toda la leyenda que rodeaba a la figura de su padre. En 2019, la Generalitat Valenciana había otorgado una de sus Altas Distinciones al enterrador a título póstumo y, unos años después, Paterna anunció que levantaría una escultura en su honor en la puerta del cementerio

Justo allí quedamos con Maruja el 3 de junio de 2021. La primera vez que la llamé para decirle que queríamos hacer un tebeo en el que su padre sería uno de los protagonistas casi me cuelga él teléfono. Debió imaginarse a Leoncio convertido en un personaje de Mortadelo y Filemón o en un superhéroe de Marvel. Cuando supo que Paco Roca estaba detrás, aceptó encantada tomarse un café con nosotros.

Durante más de dos horas charlamos sobre la vida de Leoncio. Nos contó que su padre había sido profesor en Las Cuevas de Paterna, que conoció a su madre cuando el daba clase. Nos habló de la pasión de Leoncio por la filosofía y la astronomía, por el perfecto orden del universo. Yo miraba de reojo a Paco y no daba crédito. El relato de Maruja mejoraba cualquier guion que pudiéramos haber imaginado.

Nos habló también de la obsesión de Badia por la muerte. Del dolor por el fallecimiento de tres de sus hijos. De su ateísmo y de las profundas convicciones republicanas que le empujaron a marchar voluntario al frente. De su condena a muerte acabada la guerra y de cómo logró conmutar su pena a cambio del peor de los trabajos. "¿Quieres comer?", le dieron, "Pues ve a enterrar a los tuyos".

"Los tuyos".

Durante el largo rato qué conversamos con Maruja en la cafetería del cementerio de Paterna, se acercaron varias mujeres a saludarla. Todas eran hijas o nietas de víctimas de la guerra y la dictadura que habían sido enterradas por Leoncio. 

"Badía enterró a mí abuelo como si fuera su propio hijo", nos contó una de ellas. Se llamaba Amelia y en su casa guardaba una caja con mechones de pelo y retales de ropa que Leoncio le había dado a su madre antes de cerrar la fosa. 

Leoncio Badía - nos contaba Maruja - guardaba en cestas de mimbre cientos de botones y trozos de tela de cada uno de los muertos y recordaba perfectamente dónde había enterrado a cada uno de ellos. "¿Iba vestido de ese color?"- preguntaba a las viudas analizando cada retal- "Pues está en aquél rincón de la fosa".


Su particular archivo fue decisivo para dibujar el mapa de los miles de cadáveres escondidos bajo el suelo del cementerio.

Leoncio falleció el 12 de diciembre de 1987 a los 83 años de edad, y está enterrado en Paterna junto a los restos de su hijo, un bebé de 18 meses al que se llevó una pulmonía en noviembre del 43. Badia le dio sepultura junto a un poema y una de sus botellas.

Tras hablar con Maruja, volvimos a localizar a Josefa Celda. Alguien nos había dicho que Pepica ya había muerto, pero no era cierto. Habían pasado ocho años desde que nos conocimos. Pepica tenía casi 90 años pero su memoria seguía intacta. El mechón blanco de su padre también 

Volvió a contarnos la historia de su padre con los mismos detalles que en 2013. Un día antes de que fusilaran a Celda, nos explicaba, su tía llevó a Pepica a la cárcel modelo de Valencia. "Me dijo: << Vas a ver a tu padre por última vez, pero delante de él que no te caiga una lagrima.>> Nada más entrar mi padre se cogía a la reja y me dijo: <<Hija, con las ganas que tiene tu padre de abrazarte y con las ganas se va a quedar.>> A mi se me cogió una cosa en la garganta al tragarme las lágrimas que nunca más he podido volver a llorar". 

Y todos parecíamos conmocionados menos ella.

Con su testimonió y con el de Maruja empezamos a construir el guion del cómic. Sus relatos a veces escondían contradicciones o no coincidían del todo en cada detalle. La historia de Celda como la de Leoncio, había pasado de generación en generación y en ocasiones se había mitificado más allá de la realidades. Para matizar sus recuerdos nos entrevistamos también con arqueólogos, historiadores y periodistas. Localizamos a familiares de otras víctimas. Visitamos varias exhumaciones y rastreamos archivos, bibliotecas y hemerotecas en busca de detalles e imagines, de sumarios, condenas e indultos.

Durante todo ese tiempo, los trabajos en el cementerio de Paterna no habían cesado. El éxito de Pepica años atrás había animado a otros familiares, muy reticentes al principio, a abrir más fosas.

El 11 de diciembre de 2021 se reabrió la fosa de Celda. Los georradares habían calculado que la cifra de cadáveres escondidos en aquel agujero podría alcanzar los 270. Popularmente se conocía aquella sepultura como " la fosa de la terra" por el número de campesinos que, como José Celda, habían sido asesinados y arrojados dentro.

Después de siete meses de trabajo, se localizaron los restos de hasta 144 víctimas de la represión franquista. Todos fueron fusilados los días 27 y 29 de agosto y el 11,12 y 14 de septiembre de 1940.

En el cementerio municipal de Paterna existen unas 135 fosas comunes. En sus alrededores fueron asesinadas más de 2.200 personas provenientes de todo el territorio español. Es el lugar donde se constata la ejecución del mayor número de crímenes contra la humanidad una vez acabada la guerra civil.

El día que conocí a Josefa Celda recuerdo que le pregunté por qué había decidido iniciar la batalla para recuperar los restos de su padre. Las noticias de aquéllos días estaban llenas de titulares que hablaban de revancha, de represalias. De "remover el pasado".

"Lo de mi padre sí que fue una represalia, que lo mataron con la guerra ya acabada -decía ella-. Yo no quiero venganza yo sólo quiero llevar a mi padre al lado de mi madre y, cuando me apetezca, llevarles un ramo de flores. No pido otra cosa. La noche antes de que lo mataran, mi padre escribió una carta en un trozo de papel higiénico y se la escondió en un dobladillo del pantalón. En ella nos decía que moría inocente y nos pedía que no le olvidáramos. Si está en algún sitio viéndome, sabrá que su hija no lo olvidó.

Comentarios

Entradas populares