Tras la muerte, al fin, paz


¡Por el imperio! Por la gloria en la batalla, por las riquezas que esperan a los vencedores... ¿Por qué?

Eso te has preguntado ya demasiadas veces. La primera debió ser cuando, hace horas, descubriste que tus sandalias se habían convertido en una bola de barro, sangre, y a saber cuántas cosas más. La segunda al recibir aquel corte en el brazo, pero aún así tiraste el escudo al suelo y cambiaste de mano tu arma. La tercera cuando viste a los sacerdotes quedar impotentes e inermes. Y desde ahí dejaste de contar.

Entonces huiste, dejando atrás el honor y la esperanza, en ese maldito campo de batalla. A la espalda quedaron los bramidos de esas malditos trompas con cabeza de jabalí de los salvajes. Los gritos de los proyectiles de honda, a la espalda, cada segundo un paso más lejanos, negándose a abandonar tus oídos, parecían seguirte y buscarte entre los arboles. 

Y de repente aparecieron las voces. 

Un grupo pequeño, puede que media docena de salvajes, que estaba rodeando el campo de batalla para pillar por la espalda a los soldados de la retaguardia. Rezaste, desesperado, para poder salir vivo de ese bosque, para ser invisible, y silencioso como una liebre blanca entre la nieve, pero la armadura, las heridas, el agotamiento se cobraron su precio. La rodilla besó el suelo y el metal, obediente a los hados, que no distinguen a los hombres civilizados de los bárbaros, delató tu presencia.

Entonces el cruel silbido.

El brutal impacto.

El dolor lacerante.

La falta de aire.

Caída la espada al suelo, la mano se empapó de la sangre de ese nuevo manantial entre las costillas, al fin, esperaste,  llegaría el cariñoso abrazo de la diosa. El dolor, el sufrimiento, todo en realidad, deberían abandonar el cuerpo, perderse en la nada y tú encontrar, tras la muerte, al fin, paz. Sin pecho par impulsar el aliento, escapando la vida del cuerpo, siquiera pudiendo empujar la voz más allá de los labios intentaste alzar una última plegaria. Pero la diosa no te dio esa merced y aquí estás, boqueando, lamentando tu gran pecado. Has huido de la batalla, que era para su gloria, y te ha castigado.

Sin aire, ni sangre, ni honor, soló eres ya un cuerpo tirado en el barro. El impacto de la roca que ha destrozado las costillas ha inutilizado también las piernas, y el brazo que te queda no tiene fuerzas para levantarse. Te envuelve un sopor, nacido del desgaste, en el que oyes voces que abren la pátina de dolor que embota tus sentidos, pobres desgraciados que comparten tu deshonor. Entre ellas crees oír la voz del capitán, pero es imposible que un hombre de su nivel, un héroe de guerra, haya cometido tu mismo acto de hubris. Inevitablemente, vuelves a caer en la inconsciencia, esperando que esta vez sea para siempre.

¿No sabes que ha pasado? No te preocupes, ahora mismo te pongo al día. 

Me he tomado la libertad de llevarte hasta la realidad alternativa creada por Virginia Orive, el mundo de Srava. Reconozco que no has tenido demasiada suerte al aterrizar, te ha tocado un personaje algo sufrido, pero no juzgues el libro sólo por esta experiencia. Allí un imperio, al que rápidamente veremos similitudes con nuestro viejo conocido el imperio romano, ha llevado la civilización a los reinos bárbaros de sus fronteras a golpe de legiones y fe. 

Después de esta pequeña introducción/homenaje que he dedicado a Tras la muerte, al fin, paz, he de pedir disculpas. Puede que os haya engañado, dejándome llevar por alguna musa, y os haga creer que la novela de virginia Orive es bélica y violenta, lo siento. Lo que Virginia Orive ofrece en su novela es fantasía oscura, una aventura en un mundo misterioso, donde operan fuerzas, dioses y magias extrañas y desconocidas. Un mundo en el que una de las muchas culturas desaparecidas en ese crisol que fue el mediterráneo hace veintitantos siglos triunfó, impulsada por la magia y la fe de sus sacerdotes y su emperador. Aunque la novela es breve, la ambientación se presenta como algo extenso, complejo, poblado de gentes y culturas desconocidas y fronteras por explorar y descubrir que, espero, se encuentren tras ese "Srava 01" sobre el título.

Así que te invito, querido lector, a dar una segunda oportunidad a Tras la muerte, al fin, paz, te prometo que tendrás mejor suerte y podrás al menos dar un paseo por ese extraño pasado alternativo, donde la muerte tiene extrañas normas y el valor de un soldado se mide por su honor y su fe. Anímate, que ha sido solo un mal susto, no volverás a caer en esa batalla (espero), podrás ver sus mercados y sus gentes, rezar con los sacerdotes y escuchar las gloriosas historias del emperador.

¡Ajustaos las sandalias y pulid los gladios, la calzada es nuestra!

¡Por el emperador! 

¡Por Svara!

¡Por la muerte que nos aguarda!




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