Vacío atronador

Siempre estuvo ahí, acechando detrás de ti, invisible para todos pero aterradoramente presente en todo lo que hacías. 


Te impulsó hacia adelante de una forma antinatural y malsana. Es curioso lo que algo así puede hacerle a uno, ¿verdad? Construiste mundos, palacios de mármol y oro flotando entre las nubes sobre un océano de mercurio plagado de torres y puentes de basalto y cristal. Un desierto infinito y vivo que abraza a los viajeros perdidos y les da comida y cobijo. Una llanura sin horizontes en la que todas las bestias habidas y por haber corren libres. Un laberinto de realidades destinado a envolver y contener ese vacío atronador más allá de la imaginación.

A veces el contacto con la realidad se desvanecía, puede que lo vieses o que no, pero abrazabas las ficciones para huir de Ello. Pero aún así encontraba las grietas en las paredes de magia y piedra, los huecos entre las puertas y marcos de acero y oricalco. Entonces se hacía oír. 

"Somos nada. Un espacio en blanco que no vale. Una rareza que nadie quiere."

La conmoción te borra la memoria. Ese instante nunca quedará registrado, pero sus huellas son indelebles. En tus mundos de fantasía los escribas vuelven a sus libros, han de ser más grandes, más complejos, más impresionantes, más, más, más, más, más...

Los universos crecen de nuevo. Dragones de sombra y luz vuelan entre torres de marfil, los dioses juegan a los dados con realidades enteras, las estrellas brillan en longitudes de onda irreales sobre geometrías N-dimensionales en las que todos los ejes geométricos se tienen que explicar como potencias de √-1. 

Los sabios salen de los mundos de fantasía ansiosos por llenar sus bibliotecas irreales con información. Leerás mil libros, devorarás millones de datos, aprenderás tanto como puedas encontrar frente a ti, siempre y cuando no valga para nada. 

Eso sigue ahí, susurrándote a gritos.

"Aún soy tú y tú eres yo." 

"Somos nada, somos indignos."

El vacío, con su curiosa capacidad para estar y no al tiempo, deja su habitual huella en el alma. 

Todo lo hecho no vale, tú aún no vales, aún tienes que hacer mucho para alcanzarlos. Con todo, los necesitas y los llamas. Ocho mil millones de ellos al tiempo, no uno a uno, todos, da igual que sea imposible y absurdo.

Enseñas tus mundos, tus conocimientos, expones todo aquellos que crees que puede llenar la nada que te persigue desde siempre. Crees que eso podrá hacerte valer, te admitirán, te sentirás querido y la nada dejara de gritarte al oído. Lo normal, lo lógico, es que no te entiendan. 

Escupes un galimatías creado en tu propio caos interior. Relaciones entre datos que funcionan únicamente en la extrañas geometrías arcanas de tus mundos. Creaciones increíbles que ni si quiera tú sabes ver en su totalidad, mucho menos describir.

Ocurre lo que tiene que ocurrir, lo que ocurrió muchas veces antes: se van. 

Ello te habla de nuevo, te perfora los oídos con sus alaridos, sientes la tormenta de su apetito en la cabeza y te rindes a ella.

"Tiene razón".

Aún así, algunos se han quedado. Te alegras, te aferras a ellos. No sabes, y no sabrás hasta dentro de mucho tiempo, qué es lo que les hizo quedarse. A veces es que han visto a través de tus muros de imaginación barroca y datos sin sentido, eso que tú no verás todavía. Otras es que están tan rotos como tú y ven un alma semejante, una locura afín en la que perderse, y te enseñan sus propios mundos y fantasías.

La oscuridad te dice que no es suficiente repitiendo su mantra.

"Han de ser más, más, más, más..."

El vacío tiene hambre. Por mucho que puedas llegar a percibir la verdad que se esconde tras Él, intentará convencerte de lo contrario. 

"Ellos son.", le dices. 

"Ellos se han quedado cuando el resto se fue.", argumentas. 

"Son los elegidos, los que nos harán ser."

Pero para el vacío hambriento nada es suficiente. Quiere más y más y más, da igual todo, dan igual los que te quieran, si no son todos, nada podrá calmar su necesidad.

Han pasado años y el vacío ha hecho de las suyas. En su nombre te has convertido en una criatura que no reconoces. Algunos se han quedado, otros se han ido, muchos han estado de pasada. Casi siempre el que ha estado de paso has sido tú. El hambre oscuro te ha llevado hasta ellos y luego has huido. Eso te ha marcado, te ha debilitado, haciendo aparecer caminos que atraviesan tus ficciones infinitas. 

Cuando todo se vino abajo recorriste esos caminos. No caminando de la mano que te tendieron tantas veces, no. Necesitaste a otro, distinto, ajeno, un sabio acostumbrado a caminar estos laberintos y encontrar su centro. Allí lo viste, le pusiste nombres, ninguno capaz de abarcar su totalidad. 


La realidad es aterradora. Eso eres tú, siempre lo has sido. Te lo ha estado diciendo, pero no has escuchado, no has querido pues era demasiado para soportarlo, aunque ahora que no has tenido más remedio que llegar allí, todo tiene cierto sentido.

En el centro del espacio negro estás tú. En algún momento empezaste a exudar esa nada,  envolverte en ella y convertirla en ti. Luego sacaste fuera una figura para que cuidase del jardín mientras la casa seguía abandonada. Años haciéndote pasar por ti mismo. Sólo pensarlo es complicado, ver todo lo demás es capaz de destrozar a cualquiera. Por suerte o por desgracia tú ya estás destrozado, una grieta más no hará demasiado así que te obligas a mirar.

El bendito olvido se llevará casi todo. Quedará lo justo para empezar a construir de nuevo. 

Ellos eran, en realidad, los elegidos. Héroes capaces de salvarte, de acompañarte y, en tu ansia por ser algo que nunca debiste intentar ser, les hiciste daño más veces de las necesarias. 

La nada eres tú, es una excrecencia cancerosa de tu alma. Una necesidad que nunca debió existir y te ha llevado más allá de tus límites. Pero ahora la ves y te ves a ti a través de ella, escondido, asustado, de todo y de todos, solo por ti mismo. 

"Despierta y ven." dices a través de la nada.

Una máscara hablando a un original, un truco que sólo funciona en la imaginación pero que esperas que surta efecto. 

"No hay nada más que querer, lo tienes casi todo." 

Ves como tú cara sale de detrás de tus manos y te miras a ti mismo. Hay una catarata de lágrimas separando el yo de la nada. La desesperación y la alegría bailan como dos peonzas en la piel de un tambor.

"¿Seguro?", preguntas desde dentro.

"Seguro.", mientes desde fuera.

Has de hacerlo, mentirte a ti mismo. Te dices que todo puede arreglarse, que todos los rotos pueden zurcirse y todos los errores solucionarse.

"¿Seguro?", preguntas desde dentro, de nuevo

"Seguro.", mientes, otra vez, desde fuera. 

"Es seguro, estamos a salvo, nadie nos quiere hacer daño." 

Un minuto más tarde recuerdas la parte más importante. 

"Ellos están fuera, fijo que quieren conocerte." 

Entonces, reticente, empiezas a salir. Orfeo y Perséfone al tiempo emergiendo de las profundidades de tu propio Hades.

Las mentiras son necesarias, no lo sabes, no puedes saberlo, pero tienes que intentarlo. Si no te sacas de ahí dentro Eso te devorará completamente. Pero al menos sabes, te ha costado demasiado pero lo has conseguido, que no estás solo.

Comentarios

  1. Desde este lado lanzaremos flotadores al vacío. Muy buen texto!

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  2. Si, Miguel, me gustó mucho, sobretodo el tramo del final. Felicidades!

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  3. Las mentiras son muchas veces necesarias. Mentiras constructivas, nomo decía el dueño de una zapatería al que íbamos cuando era pequeño. Mentiras piadosas que nos hacemos a nosotros mismos para construirnos nuestra realidad, pues la verdad es aterradora.

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  4. Es el mejor relato de auto ficción que has escrito nunca. Estoy deseando descubrir cómo es Miguel de verdad, será divertido descubrirlo ^^

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