La miga


 Y entonces la vi. Había una miga de pan en el suelo. Alguien había desayunado ya...

¡Mas cómo era esto posible! Había madrugado con el expreso propósito de disfrutar de unas horas de soledad y silencio.

Sin embargo, allí estaba, aquella miga macabra clavaba en mi la inmensidad de sus alveolos color centeno. Reíase de mi con su mera presencia. Había venido para quedarse.

Pisela para acabar con su insultante presencia. ¡Oh, sí, pisela con fuerza sabiéndome superior a ella! Pero cuál fue mi sorpresa al aflojar mi presa... Allí, desparramadas por todo el suelo, aparecieron más, muchas más.

¡Eran legión!

Fue entonces cuando temí por mi vida. Mi fuerza física no significaba nada ante su aplastante superioridad numérica.

Lo vi por el rabillo del ojo y sentí que mi cordura se desvanecía entre las cuatro paredes de mi cocina. 

Se movían... Las migas se estaban moviendo.... Primero despacio, tímidamente. Poco a poco cubrieron la totalidad de mi suelo con su blasfemo baile. 

No me cabía la menor duda, sabían lo que yo estaba pensando del mismo modo que yo sabía lo que ellas pensaban.

Iban a tomar comunión de mí.


Delirio mañanero con la colaboración de
 Jorge Acevedo Sánchez. 

Comentarios

Publicar un comentario

Introduce alguna sugerencia:

Entradas populares