El valor de una história


Saludos, compañeros blogueros, de nuevo entre letras.

Hoy quiero compartir con vosotros una historia breve que he escrito para concurso, así que cualquier crítica es bienvenida (lo mismo me arrepiento...). Las condiciones del concurso son:

El relato debe estar ideado para ser leído/narrado.

Nada de faltas de horrtografia.

Temática de terror, la que sea.

Con esto, gracias a que Amanda me pasó el link de la convocatoria, me puse a ello y acabé escribiendo esto que espero que disfrutéis. 

Si preferís leerlo en otro sitio, aqui dejo una descarga:

https://drive.google.com/file/d/1oXVYK9-5GP_KAhthnsI4KrcORxObfrzX/view?usp=sharing

Y si os da pereza descargarlo... vamos directamente a ello:

El valor de una HISTORIA

Llega la hora de leer el cuento, como todos los días. Los niños vienen, alegres como solo ellos pueden estarlo, a escuchar la historia del día en su descanso entre clases.

“Tiempo atrás, éramos incautos y felices.”

Las caras de los infantes se iluminan, expectantes ante la promesa de un nuevo cuento.

“En aquel entonces vivía un astrónomo que soñaba con conocer los secretos de los astros. Miraba y miraba con sus lentes y prismas, contaba con sus ábacos y durante años se dedicó, incansable, a sus estudios. Era ante todo un hombre de ingenio, que se ocupaba de fabricar sus propias lentes y ajustar personalmente los instrumentos ópticos, a su peculiar manera. No escuchaba a aquellos que le decían que sus peculiares configuraciones eran inútiles, por mucho que años y años de experimentar no le hubiesen conseguido resultado alguno. A ojos de sus semejantes, envejeció mirando inútilmente al vacío a través de instrumentos inútiles.”

Hago una pausa para despertar el apetito curioso de los niños, que sentados y silenciosos acercan ligeramente sus rostros hacia mí.

Sonrío.

Continúo.

“Por supuesto, no observaba inútilmente a la nada. Quien se hubiese tomado la molestia de visitarle le habría visto hablando con sus prismas, murmurando mientras la oscuridad y la luz se filtraban a través de sus lentes. Años atrás, al mover accidentalmente uno de sus artefactos, había enfocado al vacío entre estrellas y encontrado algo nuevo, distinto. Algo simplemente increíble.

Al principio se dedicó a observarlo por interés, ansiaba ser el gran descubridor, poner su nombre en los libros y su firma en la historia. Llenó cientos de libretas y cuadernos con sus notas, hasta que un día dejo de tomarlas. Pasó entonces a observar la oscuridad con los ojos de un joven enamorado, con una pasión con la que nunca miró a nadie, cuando era aún joven. Con el paso de los años este amor por aquello que moraba más allá nunca cesó de crecer, trastornándole lentamente. Aun así, este cambio pasó desapercibido para sus escasos conocidos, que le tomaron simplemente por un pobre lunático, aunque inofensivo.

Y así pasaron los años.

Anciano ya, el astrónomo llamó a sus compañeros de profesión para que pudiesen ser testigos de sus logros y descubrimientos. Muchos ignoraron esta invitación, puesto que nadie creyó que hubiese sido capaz de encontrar nada de interés tras tanto tiempo apartado de la comunidad científica y sus logros. Otros, los que acudieron, lo hicieron únicamente con la intención de verle presentar un artefacto inútil y mofarse de él.”

Hago un pase de mano y una teatral reverencia, invitando a la audiencia a entrar en el espacio ficticio de la narración, imitando los ademanes del personaje.

-          Saludos, compañeros, amigos, bienvenidos a mi hogar y mi taller. Observad el resultado de estos largos años de trabajo.

“El grupo de visitantes accedió a una sala repleta de tubos de bronce pulido conectados por lentes y prismas, válvulas y tubos de vacío, condensadores. La viva imagen del laboratorio de un científico loco pensó uno, solamente ha amontonado piezas brillantes para deslumbrar a incultos, pensó otro, mientras todos ellos le despreciaban. Desconocedor de que le era dado tal trato, el astrónomo comenzó a describir su pequeño laboratorio a su audiencia.

-          Este es el telescopio principal del observatorio, adaptado con prismas de factura propia para enfocar la luz residual hacia las lentes…

Nadie escuchaba al anciano, convencidos todos ellos de hallarse frente a un hombre desahuciado, cuyas palabras no merecen el tiempo ni el aire que ocupan. Al cabo de unos minutos, cada vez más envalentonados, comenzaron a susurrar y señalar las piezas cuidadosamente ensambladas. Los cuchicheos pasaron a las risas y estas a las mofas, y las manos curiosas empezaron a alcanzar cualquier pieza accesible. Cuando el anciano se dio cuenta de que ocurría fue debido a las voces y al sonido metálico de las piezas, arrancadas despreocupadamente de sus lugares.

Abandonando toda la alegría que le embargaba, perdida la ilusión por mostrar a aquellos ingratos, supuestos hombres de ciencia su gran descubrimiento, el anciano cesó su discurso y presenció, inmóvil, el destrozo ocasionado a su magnífica invención. Los visitantes, indolentes ante el inerme anciano, continuaron con aquella festiva destrucción.

 De repente, para desconcierto de la risueña y destructiva audiencia, empieza a hablar solo.

-          Tenias razón, lo admito. No son dignos de tu música, no merecen conocerte.

Sorprendidos por esa extraña reacción ante su vandalismo, los invitados del astrónomo se convencieron de que estaba loco. Algunos se detuvieron en su destrucción, mientras el anciano tomaba las piezas de sus manos y las reubicaba en la maquinaria mientras que el resto se dedicaron a apartarlas de su paso e impedirle recuperarlas. Mientras tanto, metódicamente e ignorando la presencia de todos ellos, el anciano continúa con su conversación y con la sistemática tarea de recuperar su máquina.

-           Si, lo se… cierto, he sido un iluso… ahora mismo lo arreglo. Lo sé, lo sé, solo yo puedo entenderte, solo yo … ahora mismo lo arreglo. Lo sé, perdona, ahora va.

Uno de los vándalos, imaginando que un matraz posado bajo el ocular servía para recoger perdidas de aceite de la maquinaria, había cogido el recipiente y se disponía a vaciarlo sobre alguna libreta o notas, cuando el anciano apareció a su lado. Tomando el matraz por el cuello, derramó el negro fluido entre sus pies, para asombro de su audiencia. Fue entonces cuando todo perdió su sentido y se liberó el caos en la habitación.”

Guardo silencio y espero a que los niños digieran el relato, olviden aquellas partes que no han entendido y dejen a las otras cobrar vida en la imaginación. Justo cuando esa chispa, ese final para la historia que aun no se ha terminado de contar, empieza a cobrar forma en sus mentes, retomo la narración.

“Los pobres desgraciados intentaron huir, pero la oscuridad, veloz como un látigo, se había extendido empapando el suelo y trepado por el marco de la puerta. El más cercano a la salida, que aun no había tenido tiempo a asustarse cuando echó mano al pomo para salir de la habitación, sintió el miedo agarrarse a su corazón al tiempo que no vio la puerta, ni la pared, ni su mano, solo sintió un extraño frio líquido extenderse bajo su ropa, y luego no sintió nada. El resto simplemente vio como su compañero desaparecía, engullido por la nada, sin tiempo siquiera para entrar en pánico antes de sufrir su mismo destino.

Solo de nuevo, desaparecida la oscuridad, el anciano devuelve el matraz, con su extraño líquido, a su posición bajo el ocular del telescopio. Coloca una u otra pieza en su lugar, ajusta esta o aquella tuerca o dial y, satisfecho, vuelve a mirar a la oscuridad entre los astros mientras la nada gotea, oleaginosa, densa, desde su barbilla hasta el matraz.”

Las caras de los infantes, maravillados por el grotesco final de la historia, piden más. Sus bocas callan pues saben que solo habrá una, más o menos larga, más o menos interesante, antes de volver a clase. Pobres almas condenadas, creen que sentados escuchándome se libran de esa tediosa tarea que es el aprender.

La verdad es que nos habíamos olvidado de la utilidad de los cuentos como herramientas de educación.

Recuerdo aquellos cuentos que me contaron cuando era pequeño, que diferentes eran. Historias de los Reyes Magos, Papa Noel o el Ratoncito Pérez, aquellas que mantenían, en mi mente infantil, la ilusión de que el mundo era mágico y hermoso. Y estaban esos otros, aquellos viejos cuentos de los Hermanos Grimm, Andersen, Perault… esos que enseñaban sutilmente a los niños como era el mundo al que tendrían que enfrentarse al crecer.

Y si mis padres, en paz descansen, me viesen ahora, reimaginando los cuentos de Poe, Manchen, Stoker… e incluso creando historias mucho peores… Se llevaría las manos a la cabeza, no lo dudo, pero no creo que pusiesen objeción. A nadie se le ha ocurrido otra forma de preparar a esas pobres almas indefensas para lo que se les viene encima. Como explicarles como es el mundo tras los muros que nos aíslan de las pesadillas del exterior.

¿Nos creerían si les contamos que esas verduras que ayudan a cultivar deberían crecer en el suelo? ¿Que el cielo sobre sus cabezas debería ser azul durante el día y las estrellas pequeños y maravillosos puntos de luz, incontables en el misterioso cielo nocturno? ¿Entenderían que la luna era antes un faro de plata en la noche y no esa broma macabra pintada de rojo que nos quita el sueño por las noches?


Hay catástrofes sin nombre que solo pueden combatirse con horrores aun peores. Ojala entiendan lo que tuvimos que hacer, y nos perdonen por pagar con lo que pagamos por nuestras vidas… si es que ahora pueden llamarse así.

Comentarios

  1. Como ya te dije el otro día, me ha gustado mucho tu historia. A ver si tienes suerte y ganas el concurso, sino ya te seguiré mandando más 😜

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