Tacirupeca



Saludos amigos blogueros.

Hoy os traigo un cuento, algo ligero para divertirse un rato y reirse otro. 

Un poco de historia antes de dejaros con él.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando era yo un pequeño niño lector... mi padre versionó Caperucita. Nació de esta curiosa forma la primera versión de este cuento.

Pasarían años hasta que el bicho de la escritura se uniese con el del dibujo, entrando en juego una amiga que me propuso hacer una colaboración. Así yo versioné a mi padre, llenando los huecos con lo mejor que pude encontrar, muy a lo parque jurásico, y ella creó la portada que veis.

Sin más calentamiento, os dejo con el cuento (y un link para descargarlo al final si lo preferís en otro formato)

Hace mucho tiempo, en ese país muy lejano en donde sucedían los cuentos, vivía una niñita.

Bueno, no solo una, vivían muchas niñitas, todas ellas muy bonitas, como debe ser en los cuentos. Pero la niña que nos interesa ahora mismo es especial, en cierto modo, pues su prima había vivido, unos años atrás, una de las historias que pasan a los libros y conocen cientos y cientos de niños. Con su capa encarnada y sus ojos de ciervo asustados del lobo, esta niñita era Caperucita, y su prima, nuestra protagonista, Tacirupeca.

Ocurre que, en el país de los cuentos, hay quien crece y envejece y quién no. Las princesas son princesas eternamente, o hasta que un buen príncipe las hace el honor de convertirlas en reinas, y entonces son reinas y hermosas eternamente. Las niñas, por otra parte, pasan sin remedio alguno de ser hermosas cositas de ojos brillantes y bucles dorados a hermosas jovencitas de bucles dorados que asombran con su hermosura a los mozos del lugar. Y claro, por supuesto, siempre hay alguien que ha de tomar el testigo, puesto que las abuelas y abuelitas son eternamente abuelitas que han de ser cuidadas atentamente por sus nietecitas.

Esta historia tiene lugar durante el verano en que Caperucita dejó de ser pequeña a joven, y pasó a ser aun más bonita, y la labor de llevarle la merienda a la abuela, en su casa en el bosque, tumbada en su camita y enferma mes sí mes no, pasó a las botas de Tacirupeca.

Tacirupeca era, para no confundirla con su prima mayor, casi pero no totalmente pelirroja, con ojos vivarachos, sonrisa alegre, pecas en la nariz, y un poco pilluela. Era muy muy lista, y nunca le gustó la historia de cómo el cazador salvó a Caperucita. Siempre había pensado que, de presentarse la situación, ella se encargaría del lobo solita.

Y… Empecemos la historia. Los personajes ya están presentados, y creo que todos sabemos que va a ocurrir ahora. Pero aun así lo narraré para disfrute de jóvenes y viejos.

Una mañana, muy temprano, a Tacirupeca la despertó su madre. Entró a su habitación y tocándola el hombro dijo.

-          Despierta hija, despierta. Has de llevar de comer a tu abuela, que está enferma en cama.
-          Pero mamá <respondió, a medio despertar, Tacirupeca> ¿No se encarga Caperucita de eso?
-      Tu prima ya es una jovencita demasiado mayor para ocuparse de esos asuntos, y además tiene otras cosas que hacer hoy.
-   Vaaaaaale <respondió la resignada pecosa> Iré a llevar el bocata a la abuela mientras Caperucita la bonita responde a las insinuaciones del de turno.
-     ¡¡NIÑA!! No hables así de tu prima, que te quiere mucho, y tú tienes que quererla a ella también.

Y con esto resultó que la labor de atravesar el bosque hasta casa de la abuelita cayó en las botas de Tacirupeca. Que se levantó, vistió, calzó las susodichas botas, y ya puestos pidió algo de desayunar. Ya que el día se presentaba ocupado, mejor ir con el estomago lleno.

Tras dar buena cuenta de un par de bollos y un buen vaso de leche. Armada con una cesta y su nutritiva carga. Y con una gastada capa, heredada por supuesto, como armadura, nuestra heroína sale al camino. Todo el mundo la saluda.

-     ¿Dónde vas Tacirupeca? ¿Dónde vas con capa y cesta? ¿Dónde niña, vas ahora de mañanita?

Y ella responde, simple y llanamente.

-       A casa de la abuelita, a llevar la meriendita, que la buena ancianita, otra vez esta malita. Y como mi prima es tan bonita, me toca llevarla a mí.

Más de uno o dos caballeros se sonríen, y no menos de tres o cuatro señoras se enfurruñan con la respuesta. Para terminar la broma las viejas gentes del lugar no dudan en decirse.

-       Habrase visto que falta de respeto al hablar tienen los jóvenes de hoy, en mis tiempos…

Y Tacirupeca les saca la lengua a las viejas gentes, guiña a las señoras, y devuelve la sonrisa a los caballeros del lugar. Sigue su camino, y llegado el cruce toma la senda del bosque. No serviría de nada el relatar lo bonito de los campos, la fragancia primaveral de las flores, los trinos de los pájaros y  el repicar de las campanillas en el cuello de las ovejas. Todas estas escenas idílicas de cuento ya están descritas y reescritas por docenas. Así que no nos detendremos en ellas y seguiremos con la historia.

El bosque, igual de oscuro y peligroso que siempre fue para Caperucita, se presentó en torno a Tacirupeca. Los sonidos, ecos y ecos entre los árboles y los matorrales, se antojaban totalmente desconocidos. La luz, a parches entre el suelo y las ramas, un puzle irresoluble. Y por suerte el camino estaba bien marcado, porque entre las ganas que tenia de levantarse temprano y las que tenia de sustituir a su prima esa mañana, nuestra pequeña no estaba en su mejor momento.

 No olvidemos lo fácilmente que se puede asustar un infante solo en el bosque, no digamos una niñita. Pisar una rama, oír el “krak”, y dar un salto y un grito. Mirar a totas partes, primero para buscar el peligro inminente, después para comprobar que nadie te ha visto hacer el ridículo, y por ultimo lanzar la rama del demonio, bien lejos, “para que aprenda lo que es bueno”. La mala suerte, que siempre está rondando al despistado, llevó la rama entre los árboles. Tacirupeca vio volar el palo, bien lejos, y se maravilló de su fuerza. Satisfecha de su hazaña alzó la cabeza y se dispuso a terminar la labor, mientras otra cabeza, más peluda, también se levantaba.

El lobo, uno de tantos que también se llaman lobo, o feroz, o lobo feroz, pues en el país de los cuentos los lobos a veces hablan pero nunca tienen mucha imaginación poniendo nombres, estaba felizmente dormitando esperando a oír la cancioncilla diaria de Caperucita. La rutina de siempre, esperar, saltar delante de ella, verla salir corriendo a buscar al cazador a gritos, y salir escopetado con el bocata del día dejando la cesta vacía en mitad del camino. Pero llegaba tarde, era extraño, y mientras estaba en estos pensamientos tan profundos… ¡¡Zas!! En toda la cabeza, una rama, y olía a niña.

-        Esto es nuevo <pensó en voz alta> ¿Me habrá visto?

Con cuidado se levantó, mirando de lado el camino.

-        Pues sí que es nuevo, esta no es la de siempre <volvió a pensar en voz alta>

Y con las mismas, viéndola seguir ruta y pensando solo en la cesta, decidió tenderla una emboscada. Corrió silencioso, como solo una fiera que haya vivido toda su existencia en el bosque puede, adelantando a Tacirupeca. Raudo, ansioso, con una firme imagen de un bocata de chorizo en la mente, se escondió debajo de un puente a esperar. Totalmente atento esta vez, por supuesto, en este juego nuevo la niña no avisa cantando.

Tacirupeca avanzaba a buen paso por el camino, cerca se oía ya el rio, y después del rio la casa de la abuelita estaba a rato y medio. Medio despistada con la idea de llegar de una vez por poco no ve la cola del lobo. Ansioso por esconderse no se dio cuenta de que le asomaba la cola, y La niña, muy lista, se paró a prepararle una trampa al tramposo. Como quien recoge flores a la orilla del camino, de espaldas al ladrón, cambió las salchichas del bocadillo por unos palos. Envolvió el embutido con un trapo y lo puso al fondo de la bolsa. Y con las mismas, disimulando, siguió hasta el puente.

-         ¿Dónde vas niñita? ¿A visitar a la abuelita? Y, por cierto ¿Por qué no eres Caperucita?
-       A visitar a la abuelita, y no, no soy Caperucita, por que como soy menos bonita me toca a mí cargar.
-      Pues trae, trae niña, que yo te hago aligero la cesta <decía babeando de emoción el lobo> Por ahí huele a salchichas y yo aun he de desayunar.
-      Toma, ten sin miedo, que si ha de asustarse alguien yo me ofrezco <decía la niña ofreciendo el bocata> aquí van las salchichas y luego si quieres más pues ya te ofrezco de nuevo.

Sin pensarlo ni mirar, siquiera desenvolver el bocata, el lobo le hincó el diente. La sorpresa fue supina, se le abrieron los ojos como platos. Los dientes clavados en los palos, y astillas por todas partes. En la lengua y las encías, en el paladar y en la garganta, clavadas como alfileres. Por supuesto, dolía, a horrores, y para colmo la niña riéndose. Intentó asustarla, darla escarmiento, pero al abrir la boca le dio más aun, inclusive se cayeron un par de dientes, mirad si estarían duros los palos. Y reuniendo toda la seriedad posible, es decir, ninguna, cruzó la pecosa el puente y siguió, esta vez cantando entre risas, hasta casa de la abuela.

-          Abuela abuelita, soy yo que vengo con la cesta y tu comidita
-          ¿Tu, niña, no Caperucita?
-       ¡Ande que murga me da todo el mundo con la prima! Si no quieres la merienda me doy la vuelta.
-          No, no, pasa. Solo es que me extrañó. Como siempre viene la otra…
-          Pues no, ale, hoy me ha tocado a mí.

Toda esta conversación mientras pasaba sin esperar a que la abuela la mandase pasar, acercándose a la cama, y dejando la cesta al lado de la buena señora.

-          ¿Cómo es que las salchichas vienen sueltas y no en bocata?
-          Es que verás… me encontré con el lobo y ocurrió que...
-         ¡Ay! El lobo, donde, que es muy malo, muy malo y siempre le quitaba la comida a tu prima.
-          Tranquila, que ya está arreglado abuelita. No te angusties que estás malita.
-          ¿Apareció el cazador? Que buen mozo es, que buena planta tiene...
-          Si, y libró hoy para ir a pretender a Caperucita
-          ¿Pues?
-          Nada, que le hice yo al animal este...

Y a todo esto se asoma una sombra por la ventana, el lobo mismo. Interrumpiendo sin educación alguna.

-          Perdón, pero un poco de sopita o una papilla bien suavecita no tendréis, ¿no?



FIN


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