Instinto


-Tú nunca te equivocas.

Lo dijo completamente en serio y no sin cierta admiración.

No era la primera vez que oías esas palabras de su boca. Siempre buscabas burla en ellas y nunca la encontrabas. No lo entendías.

Claro que te equivocabas, pero tu manera de enfrentarte al mundo y tu tremendo escepticismo ante la vida en general facilitaba enormemente que el número de errores fuera bastante bajo y casi nunca catastrófico.

No era la primera vez que oías esas palabras, no, y no era la primera vez que pensabas que se equivocaba. Una punzada de culpabilidad recorría entonces tu espalda al pensar que tal vez deberías confesar tus errores, esas cosas que no supiste ver o que aún no entiendes por muchos años que pasen. Otra punzada de orgullo o miedo seguía siempre a la primera empujándote en sentido contrario, hacia el silencio.

"Tú eres uno de mis fallos, una de esas cosas que no entiendo y que puede que nunca llegue a entender."

Lo tenías en la punta de la lengua, pero callabas. Nunca había que enseñar todas las cartas, nunca bajar la guardia.

"Puede que algún día se lo cuente, que le diga que no entender esto me hace sentir como una niña tonta, aunque no quiera admitirlo."

Te solías decir esas palabras a ti misma en estas situaciones. Y en una fracción de segundo que parecía una eternidad pensabas.

La gente suele estar rodeada de un aura, de una especie de halo que te da una idea de lo que hay bajo la fachada. Habías llegado a convertir en un juego el arte de ver, de prejuzgar a la gente y, con los años, habías llegado a fiarte de tu instinto casi más que de cualquier otra cosa en el mundo.

Con ella lo habías hecho y habías acertado, ese no era el problema.

"Mi enigma rubio con piernas largas hasta el suelo". 

Una sonrisa se dibujó en tu cara al oír la frase en tu cabeza. Ese enigma rubio pertenecía a otro mundo que no era el tuyo. Era demasiado...normal.

¿Qué hacía entonces allí sentada contigo? ¿Qué vio ella en ti? Aún no lo entendías y todavía, después de siete u ocho años, te sorprendías a ti misma pensando y analizando dónde estaba el fallo, si todo estaba siendo una broma cruel y demasiado larga. No podía ser. No veías fallos en Matrix, el único fallo era ella misma, ahí sentada, a tu lado, riéndose, pidiéndote consejo, escuchando tus chorradas que a nadie interesan. ¿Por qué estaba ahí? ¿Qué veía en ti? No lo entendías. Eras tan, tan distinta a todo su mundo que sabías que os deberíais repeler como el agua y el aceite, coexistiendo en un mismo mundo, pero sin llegar a interactuar nunca. Y sin embargo... ahí estaba.

Recuerdas cómo empezasteis a hablar, aunque no el por qué. Tampoco lo supiste entonces, simplemente la viste allí, sola, y fuiste a hablar con ella. Poco más que su nombre sabías. Entonces, ¿por qué lo hiciste? Tal vez por eso, porque estaba sola y soledad transmitía pese al océano chispeante de sus ojos azules. Y desde entonces seguisteis hablando. Mucha gente te advirtió que estabas cometiendo un error. Los escuchaste, sí, pero no les hiciste caso. Tu instinto te decía que no te equivocabas y el tiempo acabó dándote la razón. Si hubieras hecho caso de cada consejo bienintencionado tu plantilla de amigos se reduciría a uno.

-Tú nunca te equivocas.

Dijo completamente en serio y no sin cierta admiración.

-Puede que algún día de cuente un par de historias.


Comentarios

Entradas populares