El viaje. VI

SABADO

Ante una hoguera sobre la que penden trozos de carne roja. Mientras el sacerdote reza, sumido en un anómalo mutismo iniciado por los trágicos eventos posteriores a la cacería. La vida de los restantes del viaje continúa.

Raúl atiende a Josua. Cambia los vendajes, comprueba los huesos rotos y provee al hombre de un largo trago de licor. Hienieya, tras haber pasado la mañana durmiendo, observa el horizonte ensimismada. Lleva ya trés noches sin descansar, acosada por terribles sueños que la despiertan continuamente. Aunque Ethel pregunta que es lo que sueña, pensando que hablar de ellos ayudará a su hermana a deshacerse de las visiones nocturnas, ella se niega a revelar el contenido de los sueños. Ethel se acerca a Laura, la única persona con la que conversar, y tras saludarla pregunta por la razón detrás del viaje de los hermanos a America.

-          En mi tierra, la vieja España, mandan el Rey y la nobleza. Mi hogar, también hogar de mi hermano, estaba en una aldea de los montes del norte, lejos de casi todo, excepto de las leyes. Lo que nos llevó a huir fue mi boda.
-         ¿Huiste de tu propia boda?
-         No me mires así, yo me iba a casar, como mandan las leyes de Dios y de los hombres, y así lo hice. El Pastor que daba misa, una vez a la semana en la ermita del pueblo, ofició la ceremonia. Toda la población de la región se había acercado, como es habitual en estos casos, para ser testigos de la unión y, de paso, verse entre sí fuera de labores o mercados. Todos comimos y bebimos, incluso bailamos, hasta que llegó la noche.
-        Qué ocurrió, cuenta.
-      Manda la costumbre, una malsana costumbre a mi modo de ver, que en la noche de bodas el señor de la zona, sea rey, conde, duque o marqués, pueda pedir el derecho de pernada, y tomar a la doncella casadera en lugar del marido. El vino a mí, ebrio de vino, dando más tumbos que un pollo descabezado, y echó a mi buen Luís de la cama. Claro está, yo empecé a gritar, pues creía que no reclamaría ese derecho, y mi hermano acudió a ver que ocurría.
-          Ese señor del que hablas ¿Se aprovechó de ti?
-      No, no pudo. Luís había quedado en el suelo, inconsciente al golpearse la cabeza contra la pared, y el Marqués, pues ese era su título, se había abalanzado sobre mí. Imagínate, medio desnuda ante mi esposo inconsciente y con un borracho agarrándome donde podía… y justo entonces entró Raúl. Tomó una botella de vino y la destrozó contra la cabeza de ese desgraciado, y quiso la suerte que se rompiese dejando una larga púa. El impulso del golpe hizo que la botella, aun en la mano de Raúl, abriese un surco en la espalda del marqués, hasta clavar el casco de cristal en uno de sus riñones.
-         No, no puede ser…
-       Entraron el cura, mis padres, los padres de mi Luis, y la mujer del marqués. La señora entró en histeria, acusándonos de confabular para matar a su marido, borracho y desangrándose en ese momento, de incestuosos, y otras cosas que no entendí. La noche fue un caos, toda la región conocía mi desgracia y lo que había hecho mi hermano, y Luis me había repudiado, alegando que el matrimonio no estaba consumado. Al cabo de unas semanas llegó un nuevo marqués, y los rumores seguían creciendo como setas en otoño. Finalmente Raúl y yo huimos al único lugar que creímos alejado de todo rumor, más allá del mar.
-        Pobre mujer, vaya tragedia…


La charla terminó, Josuah es levantado hasta la carreta por Raúl. Samuél continua silencioso. Y nuevas historias son contadas. Entre vivencia y vivencia, el camino sigue.


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