Arenas de otro mundo


Un día, sin que mediase explicación alguna para ello, la marea dejó al descubierto una inmensa planicie de arena apenas cubierta por un palmo de agua. Al día siguiente la marea se retiró completamente, quedando la línea de costa más allá del horizonte. Cuando la marea subió las olas volvieron a su habitual cuna, rompiendo en el mismo lugar donde lo habían hecho durante años y años atrás.

Aparecieron, junto con las aguas, imágenes entre la bruma. Ilusiones de cúpulas y ciudades, lejanos ecos de voces y campanas. Y cientos fueron los que se acercaron a las playas para ser testigos de este milagro. Corrieron las noticias de las visiones, y las fotografías y vídeos dieron testimonio de ello. Todo acabó al bajar de nuevo la marea.

El mar se retiró, implacable en su pendular equilibrio de niveles, y de nuevo apareció la inmensidad de arenas. El viento se alzó, arrastrando grano tras grano de aquel extraño paisaje. Donde horas atrás habían roto ondas de agua ahora se alzaban los ondulantes perfiles de las dunas, y cuando llegó la hora de la nueva marea alta no fue en compañía de las aguas.

Cientos de nuevo llegaron a las playas, imaginando encontrar de nuevo lejanas imágenes y ecos, maravillas inexplicables que contar a amigos y conocidos que no tenían la suerte de estar allí. En lugar de esto vieron, extendida hasta el horizonte, la superficie azotada por el viento de un desierto de arena. Si alguna torre se alzaba tras las dunas, estas la ocultaban. Si alguna voz trataba de abrirse paso hasta ellos, el viento se hacía cargo de acallarla. Y así pasaron las horas, contemplando la paz de aquel páramo, hasta que llegó el momento de la nueva marea baja, y con ella bajó la bruma.

Todos los curiosos que había en las arenas se vieron envueltos por una niebla aparecida de la nada. A docenas se vieron aislados los unos de los otros. Y durante horas solamente se encontraron por el sonido de las voces. A medida que el pánico aparecía entre ellos algunos se mantuvieron sentados a la espera de que clarease, otros recordaron por donde estaba la salida de la playa y volvieron a sus hogares, y la suerte de otros, desorientados hasta el límite, fue la de adentrarse en el mar de dunas. Y llegado el momento empezó a levantarse el murmullo del mar.

Como por arte de ensoñación, del mismo modo que había aparecido, desapareció. Las gentes sitas en la playa en ese momento vieron a las olas levantarse hasta el nivel de la marea alta, disolviendo a su paso metros y metros de arenas. Mientras la niebla se desvanecía y los habituales ritmos marinos volvían. A la hora habitual la marea alta estaba en su lugar, desapareciendo todo rastro de aquellas arenas de otro mundo.




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