Alien: el octavo pasajero

Sigo con mi personal ciclo de grandes cláscios por los que parece no pasar el tiempo. Hoy toca hablar de Alien: el octavo pasajero, o simplemente Alien. Película de cienca ficción, con grandes dosis de susto e higadillo, dirigida por Ridley Scott y estrenada en 1979. Película que mantiene toda su frescura aunque se acerque ya a los 40 años. Sí, se dice pronto, pero ya hace 38 años de su estreno. Con este film, protagonizado por Sigourney Weaver, introduciré una nueva variante al ciclo que titularé: Nunca segundas partes fueron buenas, o ¿Qué hace un actor como tú en una película como esta? Pues sí, bajo mi humilde punto de vista, no hay ninguna de las secuelas de Alien, ni ninguna de las precuelas o mezcolanzas de Aliens y Predators, que le llegue a la suela de los zapatos al Octavo pasajero. Y nunca conseguiré entender qué hacía Sigourney en las peliculas posteriores, salvo ganarse un jornal para sobrevivir, aún a costa de destrozar la memoria de una película tan grande como Alien.

En Alien se recrean, diría que por primera vez, los ambientes de una nave espacial asimilándolos a los de un barco mercante, donde las bodegas y pasillos del buque de carga Nostromo se asemejan más a los de un barco de transporte de graneles, con húmedas y oscuras sentinas, que a las luminosas naves que hasta ahora se habían visto en el cine.  La trama y los efectos especiales, supongo que por su sencillez, aún a día hoy día, se mantienen totalmente frescos, creibles y vigentes.

Esta es otra de las muchas cintas que nunca tuve la oportunidad de ver en el cine. Habría que reclamar a las salas reposiciones de este tipo, alguna proyección de vez en cuando, una vez al año, en ciclos cortos concentrados en determinadas semanas de verano, que permitiera dar rienda suelta a la insana nostalgia y descubrir semejantes tesoros a la juventud. 

¡Si no la visteis aún, vedla!